Hoy se cumplen ocho años de la muerte del ciclista italiano, hundido tras ser expulsado del Giro'99 y víctima de una sobredosis de cocaína
Por: BRUNO VERGARA
A Marco Pantani (Cesena, Italia, 13-1-1970) el ciclismo se lo dio y se lo quitó todo. De la gloria de ganar el Giro y el Tour a odiar la bicicleta. Consiguió ser un mito con tan sólo 24 años, cuando se hizo con dos etapas en el Giro de 1994 que le colocaron como tercero en la general final. Su progresión fue en aumento hasta imponerse en la ronda italiana y el Tour en 1998. Pero en la carrera transalpina del año siguiente, aquel 5 de junio de 1999 en Madonna di Campliglio, le detectaron altos índices de hematocrito en la sangre en un control antidopaje -él tenía un 52% cuando la tasa permitida era del 50%-.
Era el líder y sólo faltaba un día para el paseo triunfal por Milán. Ahí, en esa expulsión, comenzó su declive. Su hundimiento personal. Las drogas. Hasta el 14 de febrero de hace ocho años, cuando fue encontrado muerto, rodeado de diez cajas de ansiolíticos, sedantes y antidepresivos, en la habitación del hotel Le Rose en Rímini, en la costa adriática italiana, junto al mar, lo que le gustaba a Marco. «Cuando llego a la meta, siempre pienso en la orilla del mar», solía decir melancólico. Se hundió. 'El Pirata'. Siempre será recordado con ese apodo. La cabeza rapada, el pañuelo en la cabeza, la perilla y los pendientes. Atacaba donde otros sufrían. En las rampas más duras agarraba el manillar, se ponía de pie sobre la bicicleta y echaba a volar. «Para abreviar mi agonía», explicaba. El récord de la subida al mítico Alpe d'Huez todavía es suyo. Era inalcanzable. Dejó imágenes mágicas para la historia del ciclismo. Una de ellas, en aquel Tour de 1998 (año que estalló el 'caso Festina') en el que mantuvo un duelo antológico con el alemán Jan Ullrich (ganador el año anterior), quien parecía destinado a ser el sucesor de Indurain. Pantani, que venía de proclamarse campeón del Giro, reventó una carrera que casi tenía ganada el teutón.
'El Pirata' firmó su gesta en los Alpes, en un día de lluvia, viento y niebla. Cuando los ciclistas no van a gusto. Atacó en la mitad de la ascensión del Galibier, a 45 kilómetros de meta, y ya no se detuvo. Sólo paró una vez, para ponerse el chubasquero en el descenso del puerto. Con su endiablado ritmo fue cogiendo a corredores que habían atacado con anterioridad, como el 'Chaba' Jiménez, (compañero en el cielo de los caídos) y llegó a la meta de Deux Alpes con nueve minutos de ventaja sobre Ullrich. Ahí acabó la vida de ensueño de Pantani. Tras el declive quiso volver. No era el mismo. Esa chispa se había acabado. En el Tour de 2000 ganó en la cima del Mont Ventoux por delante de Lance Armstrong, que no le disputó la etapa. Ese gesto de generosidad molestó al italiano, que continuó con sus ataques contra el americano en otras etapas.
En ese mismo Tour, y lleno de rabia, Pantani lanzó un ataque suicida contra Armstrong. El italiano no llegó a la meta de Morzine, pero agotó al americano antes de subir el Joux-Plane. Allí, mientras Pantani ya estaba en el hotel, Armstrong sufrió uno de sus escasos desfallecimientos.
La última victoria de Pantani en el Tour fue en Courchevel. Entró con los brazos abiertos y la cabeza al cielo. Más de seis millones de personas vibraron en la RAI. Desde entonces, nada. Cuesta abajo.
Pantani encontró refugio para la depresión en la cocaína. Se cruzó con ella en otoño de 1999, el año de la expulsión del Giro. La exnovia del corredor, la danesa Christina Jonsson, lo contó así: «Tras ser descalificado del Giro, se encerró . Pasaba los días enteros llorando, sin poder salir porque la casa estaba rodeada de periodistas».
Pantani quería estar solo. Llegó al hotel de Rimini el 9 de febrero. Costaba reconocerlo. Pesaba 30 kilos más. La última persona que lo vio con vida fue Oliver Laghi, un trabajador y amante del ciclismo de un bar cercano que le llevó la última cena al héroe caído. «Fueron 30 segundos, fue un placer darle la mano», reconoció el camarero. Tuvo la suerte de despedirse de un mito del ciclismo.
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